Hace muy pocos días tuve la grata
oportunidad de participar como uno de los delegados de mi país en el "1er
Encuentro de Formación de Cuadros Juveniles de la Patria Grande", evento
desarrollado en la ciudad de Buenos Aires y organizado por la Secretaría General
Presidencia de la Nación con el apoyo de la Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR).
Dicho encuentro permitió albergar y establecer el intercambio de experiencias políticas de un nutrido grupo de jóvenes que en representación de 12 países de la región Latinoamericana y el Caribe, dedicaron una semana a la discusión en torno a los retos y oportunidades que se abren a la integración regional, estableciendo de carácter prioritario la imperante necesidad en la profundización del modelo político, económico y cultural que actualmente caracteriza a nuestra región Latinoamericana, teniendo en consideración todo el apoyo necesario a las luchas populares en aquellos países en donde los procesos aún se encuentran al margen de las transformaciones que enhorabuena nuestra región atestigua.
Dicho encuentro permitió albergar y establecer el intercambio de experiencias políticas de un nutrido grupo de jóvenes que en representación de 12 países de la región Latinoamericana y el Caribe, dedicaron una semana a la discusión en torno a los retos y oportunidades que se abren a la integración regional, estableciendo de carácter prioritario la imperante necesidad en la profundización del modelo político, económico y cultural que actualmente caracteriza a nuestra región Latinoamericana, teniendo en consideración todo el apoyo necesario a las luchas populares en aquellos países en donde los procesos aún se encuentran al margen de las transformaciones que enhorabuena nuestra región atestigua.
Y es que no cabe duda, nos encontramos
frente a lo que muchos han denominado como el “momento latinoamericano”, fuertemente
respaldado al interior de un contexto global en el cual somos espectadores del resquebrajamiento
de la gobernabilidad política y la gobernancia económica hegemonizante de aquellos
países otrora “desarrollados” afectados por el desencadenamiento de una crisis
económica que ha devenido política y finalmente caracterizada por la eclosión
social que define el ambiente de época de los estados europeos en la
actualidad.
Será a partir de esta crisis la que como
disparador nos permitirá reflexionar por sobre los procesos de integración como
verdaderos motores para la productividad y el desarrollo pero también para la
participación y la inclusión democrática de los pueblos que forman parte de
ella. Se hace necesario en primer lugar reconocer los avances que Europa ha
dado en materia de integración regional a partir de 1993 y que la han dotado de
un avanzado proceso en la integración política y económica, no obstante las
bases de esta fuerte interdependencia han mostrado ser vulnerables a los
vaivenes del sistema económico-financiero imperante a nivel global, poniendo en
cuestión el modelo europeo como panacea a los problemas de la integración.
Latinoamérica como región emergente en
la nueva distribución de poder global debe forjarse para sí un
proceso de integración acorde a sus características en el nuevo mundo, esto es,
basado en el intercambio comercial que en primera instancia constituye el motor
a la unidad, pero en el marco de un sistema económico dotado de una
novedosa arquitectura financiera que rompiendo con viejos esquemas de una
división internacional del trabajo posibilite el surgimiento de un Banco de
Desarrollo regional, el cual inyectando dinamismo a la productividad permita ser
garantía necesaria en favor del poder político por el rescate de la soberanía
alimentaria, energética, en salud, educación para los pueblos de la América
Latina. Sin embargo lo anterior y al ser concebido como un proceso de plazos de
mediano y largo alcance, requiere de la estabilidad en la decisión política de
gobiernos que guíen y profundicen el proyecto regional por el camino del progreso de los
pueblos. La América Latina de hoy en día posee muchos más
elementos que la unen de aquellos que la separan, lejos estamos de otros
marcos históricos en los cuales las relaciones entre los países se encontraba supeditada por la disputa y la competencia, socavando entonces un
intercambio de complementariedad y que en solidaridad permite echar por tierra
hipótesis de conflicto poniendo trabas a un proceso de unidad regional en el
marco de paz estable, condición sine qua non para un óptimo intercambio entre las
naciones.
De la valiosa oportunidad que nos ofrecen los tiempos en curso, se desprende la
necesidad en “institucionalizar los procesos de cambio” -como citara la
presidenta Argentina en sus recientes intervenciones públicas-, esto es, incorporando a estos procesos a la sociedad latinoamericana en su conjunto para que
conscientes de los avances de los nuevos tiempos, permitan apropiarse para sí
la necesidad de defender un modelo político que habilita al bienestar en su
calidad de vida, esto a partir de las relaciones cada vez más justas y redistributivas
aplicadas por la política de la nueva ola de los gobiernos de corte de izquierda
progresista en la región, marcando un fuerte contraste que se hace necesario
enfatizar respecto de aquellas otras administraciones encargadas en desarticular la
matriz político-céntrica característica de nuestra sociedad Latinoamericana,
despojando en consecuencia toda acción política a vastos sectores en la región que hoy en
día y paulatinamente vuelven a incorporarse a la lucha en el campo de las
ideas, contrario y en paralelo a lo que ocurre en Europa y los Estados Unidos con el surgimiento de un fuerte movimiento social de escepticismo respecto de la herramienta política como
efectivo instrumento para el cambio, reflejado en su fuerte poder de convocatoria en calidad de protestas
masivas pero que son débiles en la incidencia por sobre el aparato político en sus
respectivos países, y habilitando en definitiva beneficios para determinados
actores que ven con buenos ojos para sus intereses los movimientos de "indignación" en la coyuntura
política.
Es entonces de carácter primordial que los
gobiernos en turno en nuestra región, puedan volcar la integración como una
cuestión de interés para nuestras sociedades, transmitiendo a partir de las
redes ideológicas y superestructurales de los Estados, principalmente del sistema
educativo, la importancia de empezar a observar a América Latina como el gran
aliado que en unidad permitirá consolidar los pilares del desarrollo regional:
esto es la integración como condición de crecimiento e igualdad, rompiendo
entonces con el esquema paradójico de ser la región más rica pero más desigual
del mundo.
La crisis Europea nos deja
muchas lecciones en su proceso de integración, despeguemos entonces de una vez
de estas matrices, consolidando y fortaleciendo nuestro proyecto regional sobre las bases del
interés de los pueblos y no del mercado que a esta altura de los sucesos
históricos se consolida como una relación excluyente, dotemos
institucionalización a nuestro proceso de unidad legitimando desde lo político
los avances que los gobiernos regionales en turno han aportado al momento
latinoamericano, hagamos desde lo social, lo político, lo económico y cultural
el cambio de época para la América Latina.
*El título remite a la declaración hecha
por el presidente de la República del Ecuador, Rafael Correa en una visita que
hiciese en el año 2009 a
la República de Cuba.
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